sábado, 12 de febrero de 2011

El coleccionista de fósforos


Natalia Millán

Los frascos eran de diferentes tamaños. Había de conservas, comprados de esos que se usan para depositar piedritas y caracolas. Y estaban dispersos sobre la mesada. Mezclados con los de las especias aromáticas.
Lino encendió la hornalla. El menú se anunciaba delicioso: verduritas salteadas con pollo y salsa de soja. Alicia, se jactaba en sus pensamientos, del efecto que cocinar tiene sobre las personas. Casi místico. Ese transportarse en los aromas que van acoplándose para formar otro nuevo y despertar el hambre más voraz. También pensaba en cuánto puede decir el modo de hacerlo.
El cerillo, o fósforo, como le decimos acá, se apagó, despacio. Lino lo sopló casi con ternura, como si temiera que el aire pudiera lastimar la madera quemada, y después lo guardó en uno de los frasquitos. Alicia sonrió frente a situación tan insignificante, pero que decía tanto sobre Lino.
Mientras las cebollitas de verdeo crujían Alicia jugaba a adivinar, y se preguntaba ¿Cuánto dicen de una persona sus pequeñas costumbres? Supuso que bastante. ¿Qué significado podría tener coleccionar fósforos? ¿Qué fin oculto? Imaginaba una casita hecha de fósforos quemados y fideos soperos, en ese ejercicio Alicia se transportaba a su propia infancia y juegos. También se le venía la imagen de un narguiles, y los cerillos en parvas por miles, cuales carbones descartables. –Era imposible-.
Lino seguía inmerso en la cocina, Alicia sentada sobre la mesada disfrutaba la escena. ¿Por qué alguien haría algo tan extraño? En el fondo, se preguntaba por las emociones, aquellas que están escondidas detrás de cualquier objeto coleccionable. Tal costumbre no parecía tener explicación para Alicia. Le resultaba ajena desde siempre, incluso cuando su hermana jugaba con monedas traídas de extraños países.
Una pregunta tras otra la acosaban ¿Era necesidad de poseer algo? ¿El afán de tener una rareza para impresionar curiosos con narraciones exóticas? Quizás fueran sólo ganas de juntar fósforos, pensando un día encontrarles alguna utilidad. En definitiva era sólo eso, un montón de fósforos.
Lino sonreía, por la sorpresa de Alicia frente a su preciada colección, se divertía viendo la intriga que generaba en ella. Que a estas alturas se mezclaba ya con el vino. “Si te cuento para qué los colecciono voy a tener que matarte, Alicia”, dijo entre serio y divertido. Ambos rieron, pusieron la mesa, comieron, y la noche fue larga en vinos y anécdotas. Conocerse es un desafío lleno de detalles absurdos y genialidades.
Alicia, Lino y los fósforos son anecdóticos. Quizás un día, cuando ella descubra la razón de tan insólita colección, pierda interés por él y sus mañas, o simplemente aparezca muerta, sin que nadie pueda narrar a la policía la amenaza que él le hiciera. Que lo incriminaría irremediablemente.
Los fósforos, mudos, cómplices, estáticos en sus frasquitos de cristal, no delatarán nunca a Lino. Sus vidas dependen de él o quizá ellos sean la razón por la que él existe.

2 comentarios:

  1. ME GUSTARIA COMPARTIR ALGO MUY BUENO SOBRE LA HISTORIA DEL FÓSFORO QUE ME DEJARON MIS ABUELOS.EMILIANOROMERO706@hotmail.com

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  2. Hola Emiliano, contame la historia de una!

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