sábado, 12 de febrero de 2011

La hippie cabaretera


Nati Millán
A la hippie cabaretera la perdimos en una esquina. Éramos una fiel copia de ella. A veces queriendo empezar un cuento con “había una vez” y otras tomando una cerveza para olvidar penurias. El príncipe siempre terminaba convertido en sapo para el derrotero de nuestro recuerdo, y nunca, nunca, comimos perdices.
Un poco de yoga, caminatas, bicicleta, con esa mezcla tierna de hippie y cabaretera. Estos personajes exóticos lloran, y saben que a veces de nada sirven los conjuntos de Victoria Secret, ni las ligas seductoras, ni ese perfume que hipnotiza. Cuando las hippies cabareteras se levantan a un pibe nunca andan con todo el glamour encima, o sólo excepcionalmente. Es decir que también serían sapos devenidos a veces en princesas.
Cada mañana, cuando se levantan, creen que está será la mañana en que se topen en la esquina con la felicidad, o al menos con un destello de aquella. Así, un poco ñoñas y un poco atorrantas, las hippies cabareteras andan con sus medias de ligas y sus amores girando por el mundo sin que nadie pueda comprender mucho su desidia e insatisfacción.
En días de lluvias se las ve en la placita del barrio tomando helado, en las sofocantes noches de verano transitan las veredas tratando de no pisar raya, perseguidas por hombres con ramos de rosas. Mientras, ellas sueñan sin ver las flores ni el placero que las espía, creyendo que el mundo no está hecho para seres como ellas, con un libro en la mano y el portaligas bajo la falda. Sí, siempre con portaligas.


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