sábado, 12 de febrero de 2011

La vida y lo irremediable

Natalia Millán
A los ocho años el concepto que se tiene de lo irremediable puede ser bastante vago. Excepto que la muerte te deje ver un costado tan doloroso que nada vuelva a ser lo mismo, para siempre. Hace veintidós años pasó justamente eso, entendí porqué se dice que lo único irremediable es la muerte, porque sigue sin despertarse.
Si con mis treinta años narrara esta historia, que es parte de la historia de mi vida, sería injusta, casi una hereje. Quiero dejar que la cuente ella, la de ocho años. Que mordía nenes en el supermercado simplemente porque sí, la misma que se quedaba horas sentada frente a su taza de leche sin querer tomarla, para que entendieran que la leche no le gustaba. Aquella que hacía piquetes dejando sin atar sus cordones y prohibiendo que fueran atados por otros que no fuera su mamá.
Estamos en el mes de abril, tengo ocho años y aborrezco a la gente que se burla de mí, sobre todo el tío Pedro, el tío Miguel y el Abel, entre otros. ¿Qué se creen? Que porque una es chica no le molesta que se rían de una como si fuera un payasito. Hace un tiempo simplemente les dejé de hablar. Nadie entiende porque no los saludo, ni los miro, ni dejo que se acerquen. No me interesa qué puedan pensar los grandes. No hay derecho a que se rían de mí. Ignorarlos es mi pequeña venganza.
Hoy es domingo creo. La casa está llena de gente que no conozco cuando me levanto. No entiendo de dónde salieron todas esas personas, ni porque tuve este sueño tan triste. Quiero encontrar a mi mamá para contárselo, pero hay tanta gente que no la ubico. Todos me tocan la cabeza y hacen muecas o lloran. ¿Dónde está mi mamá? Yo soñé con la abuela, que se murió hace un mes. Pero la abuela no estaba sola, estaba con el Maxi, que es mi hermano de un año y medio de edad. Me acuerdo el día que mis papás nos sentaron en las camas de la pieza del fondo y nos dijeron que el Maxi iba a nacer.
Ayer sábado nos levantaron temprano. Pero como siempre que la familia sale por ahí de paseo, pasó un buen rato hasta que preparamos todo y salimos para Alvear. Íbamos al campo del tío Pedro. A mí no me hacía ni pio de gracia, ir a su campo no era una idea que me alucinara.
Es otoño, el Maxi corre por el parque mientras esperamos para irnos, agarra las flores amarillas que crecen, esas que luego se trasforman en pequeños helicópteros que al soplo vuelan por todos lados. Y volaban mientras él corría.
Del viaje no recuerdo nada, sólo que cuando llegamos al campo la gorra roja del Maxi quedó sobre el tablero de la camioneta. Es una imagen que va a quedárseme gravada.
El campo me pareció desolador, sin verde, tan seco. Estaban todas las hermanas de mi mamá y mis tíos, y los primos también. La mesa era larga a la hora del almuerzo.
Con las chicas queríamos armar la carpa, porque íbamos a dormir afuera. Pero no nos dejaron, esa era actividad para la tarde. Sólo dimos un paseo por los alrededores. Fuimos a ver los animales y un piletón que tenía una cerca. Miramos sin mucha gana y nos fuimos. A esa hora ya teníamos hambre. No cerramos bien la cerca al salir.
Cuando comíamos papá preguntó por el Maxi, porque hacía rato no lo veía por ahí. Había andado jugando con unos tarritos y una canilla. Entre tanta gente el pequeño se había escabullido. Primero, tímidamente, empezaron a ver si faltaba alguien más, que pudiera estar con él. En cuestión de segundos estaban todos preocupados, nerviosos. De a poco, casi como queriendo esconder sus miedos más terribles, se fueron parando de la mesa y se pusieron a buscarlo. Mamá gritaba su nombre.
Yo me quedé paradita, sin saber qué hacer o decir. No lo encontraban. Los buscaban en los corrales, dentro de la pequeña casa que había en el campo. En los alrededores. Al piletón creo que demoraron en ir. Un presentimiento que nadie quería asumir.
Fue Pablo, mi primo, quien se fue derechito hacia allá. Ahí todo se volvió gritos, sordos o agudos, gritaban todos. Pablo sacó a Maxi del agua. Esa imagen no va a irse nunca.
Pasaron las horas. No sé cuántas. De repente estábamos volviendo a Tunuyán en un auto que no era nuestro. Al Maxi alguien lo llevaba en brazos, quietito. Yo creía que dormía, que iba a despertarse.
Hoy es domingo. El Maxi no se ha despertado. Mi mamá dice que a veces suena una flauta cerca de la casa, lo dice y llora. Mi papá no habla, es como si se hubiera quedado mudo.
Nosotras tres nos movemos como si fuéramos ratoncitos silenciosos, que quieren pasar desapercibidos. Entonces pienso en lo que significa para mí lo irremediable. Lo irremediable es la muerte, todo lo demás puede cambiar.

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