domingo, 27 de noviembre de 2011

Dijo la Berta


Pasó aquel día que “Dijo la Berta” abrió sus puertas por primera vez. Esa noche se incendió un individual, de esos individuales de colores, que uno compra en cualquier chino, pero que puestos para vestir la mesa se ven majestuosamente. Podemos decir que tal vez el origen del incendio fuera la condición de sus materiales, el plástico. Acaso haya caído una brasa de cigarrillo sobre él.
Marcos sabe que no, secretamente adivina fue su abuela quien causó el siniestro.
No pasó mucho tiempo antes de que volviera a suceder, lo que vino luego fue el incendio de una cortina.
–Hay alguien que no quiere que estemos acá – fue la sentencia de la Naty Bori. Una amiga bastante entendida en eso del esoterismo. Marcos no lo pensó ni un segundo: es la Pepa- anunció en voz alta. A la dueña de casa, la nona josefina no le gustaba para nada recibir visitas en su casa y mucho menos que vinieran cuando ella no estaba.
-Poné una foto para que se sienta que aún ella está presente así no se ofende-fue la recomendación para evitar futuros hechos neronezcos.
La casa de la calle Lavalle, con su numeración en escalerita -654- mitad adobe, mitad material, llena de rincones que Marcos fue creando a su propio gusto, y luego recreando para recibir a sus invitados.
Cuando todo  empezó no hubiera podido imaginar las mendocinas fanáticas, que llamarían desesperadas clamando por una reserva para visitar su casa, probar sus manjares. La charla y la música te va llevando a mundos insospechados.
Entonces, junto a los dos billetes de 10 australes, la Berta puso la foto de la nona, en la mesita de la entrada a la casa. Por si acaso, vio.
Han ocurrido otros incendios, lo sé porque fue la larga cabellera de una amiga lo próximo que se incendió.
Cuenta la historia que la Berta era una prostituta Alvearense, o de La Pampa. Ya no recuerdo con certeza el dato. Y que viéndose un día en el apuro porque quien la visitaba era el intendente de un pueblo vecino, que quiso hacerse el zonzo y no pagarle.
Diciéndole con cara de pícaro – No me irás a cobrar Berta ah??? A lo que la Berta contestó – Más vale dijo la Berta…son veinte australes.
El mejor rincón de la casa es el jardín. Marcos lo ha convertido en un refugio mendocino, lleno de cactus que crecen como árboles, plantas amables, y un césped que clama por pies descalzos. En medio del jardín el limonero, que la pepita cuidaba con mucho esmero, sonríe dueño de ese mundo pintado con pasteles. La hamaca colgada invita a la siesta.
La cocina es un lugar inmenso que muta, donde la gente se junta a charlar un rato. Mientras, las delicias se van macerando, mezclando y dando lugar a manjares orgásmicos. Las múltiples ventanas dan la sensación de conectar la cocina con el afuera, como si la casa respirara, desde esas ventanas, al mundo.
Después, estoy yendo desde el patio al frente con mi descripción, viene la galería techada, ensueño de antaño que acoge tibia en los inviernos crueles. Continuidad de ventanales a un patio mágico, que yace fuera, adornado de piedras que se amontonan en los rincones.
Como  musa de cabecera, entre la pared que separa la cocina de la galería, cuelga un cuadro de la Coca Sarli, que provocativa anuncia su presencia, y uno empieza así a construirse una imagen posible de la Berta, ser omnipresente que guía las veladas.
A un costado está el baño. Cabe aclarar que el baño de la casa de la Berta es de esos baños en los que una se quedaría charlando un rato con una amiga. Lleno de jazmines. Amplio, anunciado desde fuera con un colador de fideos que hace de lámpara, dejando sólo se filtre parte de la luz.
Así, Marcos, la Berta y la Coca Sarli se mezclan en un profuso juego de identidades tan místicas como la nona, que enojada, de vez en cuando incendia algo, para recordarle a Marcos que aún está en la casa.
La casa es visitada por amigos, amigos de amigos, excéntricos, chetos, relajados, fanáticos, arribistas, soñadores, poetas, fotógrafos. La casa respira mientras se va sabiendo lugar de culto y adoración.
La Berta se propone como una opción tranquila, mágica, una visita a un amigo que adora cocinar y es feliz conviviendo con sus alter egos.

-Mozo!- Grita alguien desde el patio. Marcos demora el paso con deliberación, al tiempo que trata de recordar quién de ese grupo hizo la reserva de la mesa. Para tacharlos de la lista de invitados. La Berta sabe con certeza cuáles son sus límites de tolerancia, y con claridad, ese es el tipo de gente que no califica para la experiencia berteana. Cuando llegue a la mesa mirará con franca ironía a quien lo llamara y si bien atenderá sus requerimientos, se dará el lujo de mirar de soslayo con una buena cara de culo, orgulloso de poder hacerlo y lleno de venganza sobre esos pobres mortales que nada entienden de la vida, ni de lo que la Berta es. Es que en Dijo la Berta no hay mozos, porque allí todos disfrutan al mismo tiempo y de la misma manera.
Hay noches profusas en que los escritores se reúnen a hablar sobre literatura erótica, mientras, corren las copas de vino y cerveza, entre tapas, papas al horno con romero y mayonesa casera. Las miradas se cruzan, la sensualidad sobrevuela el patio, mientras, algunos relatos dejan expuesta explícitamente la sexualidad y otros la sugieren. La Berta ríe contenta, sabedora de que ha creado un mundo mágico en medio de una sociedad pacata. Ha recreado un rincón donde las personas valen por su sensibilidad, sus afectos. La puerta se abre y uno entra a este mundo calmo y detenido, donde la vida se va en la charla, las risas y la marquius de chocolate, que en sintonía con la literatura erótica genera orgasmos múltiples a quien se aventure a probarla.
Hace tiempo la nona no hace de las suyas, pero silenciosa observa la escena. Se sonríe. Sabe que, aunque no sea muy afable a las visitas, Marcos ha convertido su casa en un lugar maravilloso y encantador, donde el mundo, al menos por unas horas, se abre como refugio a los detractores de la Aristides y los bares chetos.
Así, con el patio lleno de jazmines dulzones, con el aroma tibio a pan de romero, que se enfría en la ventana de la cocina que da a mi mesa, me quedo pensando. La vida es esto finalmente, instantes en que todo se detiene. Y uno respira, respira pequeños instantes  mágicos en que la sonrisa se te escapa de la boca y se convierte en risa. Cierro los ojos tres segundos y suspiro, al tiempo registro el instante que se escapa, acaso no vuelva, o se quede para siempre. Las velitas devuelven un rostro que también sonríe. Acaso la felicidad es esto, instantes. Y luego la vida entera, para recordar los momentos en que uno alcanza, en puntitas de pie, la felicidad.
Y la Berta viene con cara de seriedad y una ceja levantada, trae preguntas impertinentes, inoportunas, que impunes sólo ella puede hacer, desafiando a los invitados, que anonadados no saben si reir o contestar.

Marcos, la Sarli y la Pepita observan sonrientes. La Berta sigue teniendo sentido.