Pasó aquel día
que “Dijo la Berta” abrió sus puertas por primera vez. Esa noche se incendió un
individual, de esos individuales de colores, que uno compra en cualquier chino,
pero que puestos para vestir la mesa se ven majestuosamente. Podemos decir que
tal vez el origen del incendio fuera la condición de sus materiales, el
plástico. Acaso haya caído una brasa de cigarrillo sobre él.
Marcos sabe
que no, secretamente adivina fue su abuela quien causó el siniestro.
No pasó mucho
tiempo antes de que volviera a suceder, lo que vino luego fue el incendio de
una cortina.
–Hay alguien que no quiere que estemos acá – fue la sentencia de la Naty
Bori. Una amiga bastante entendida en eso del esoterismo. Marcos no lo pensó ni
un segundo: es la Pepa- anunció en voz alta. A la dueña de casa, la nona
josefina no le gustaba para nada recibir visitas en su casa y mucho menos que
vinieran cuando ella no estaba.
-Poné una foto para que se sienta que aún ella está
presente así no se ofende-fue la recomendación para evitar futuros hechos
neronezcos.
La casa de la
calle Lavalle, con su numeración en escalerita -654- mitad adobe, mitad
material, llena de rincones que Marcos fue creando a su propio gusto, y luego
recreando para recibir a sus invitados.
Cuando
todo empezó no hubiera podido imaginar las mendocinas fanáticas, que
llamarían desesperadas clamando por una reserva para visitar su casa, probar
sus manjares. La charla y la música te va llevando a mundos insospechados.
Entonces,
junto a los dos billetes de 10 australes, la Berta puso la foto de la nona, en
la mesita de la entrada a la casa. Por si acaso, vio.
Han ocurrido
otros incendios, lo sé porque fue la larga cabellera de una amiga lo próximo
que se incendió.
Cuenta la
historia que la Berta era una prostituta Alvearense, o de La Pampa. Ya no
recuerdo con certeza el dato. Y que viéndose un día en el apuro porque quien la
visitaba era el intendente de un pueblo vecino, que quiso hacerse el zonzo y no
pagarle.
Diciéndole con cara de pícaro – No me irás a cobrar Berta ah??? A lo que
la Berta contestó – Más vale dijo la Berta…son veinte australes.
El mejor
rincón de la casa es el jardín. Marcos lo ha convertido en un refugio
mendocino, lleno de cactus que crecen como árboles, plantas amables, y un
césped que clama por pies descalzos. En medio del jardín el limonero, que la
pepita cuidaba con mucho esmero, sonríe dueño de ese mundo pintado con
pasteles. La hamaca colgada invita a la siesta.
La cocina es
un lugar inmenso que muta, donde la gente se junta a charlar un rato. Mientras,
las delicias se van macerando, mezclando y dando lugar a manjares orgásmicos.
Las múltiples ventanas dan la sensación de conectar la cocina con el afuera,
como si la casa respirara, desde esas ventanas, al mundo.
Después, estoy
yendo desde el patio al frente con mi descripción, viene la galería techada,
ensueño de antaño que acoge tibia en los inviernos crueles. Continuidad de
ventanales a un patio mágico, que yace fuera, adornado de piedras que se
amontonan en los rincones.
Como
musa de cabecera, entre la pared que separa la cocina de la galería,
cuelga un cuadro de la Coca Sarli, que provocativa anuncia su presencia, y uno
empieza así a construirse una imagen posible de la Berta, ser omnipresente que
guía las veladas.
A un costado
está el baño. Cabe aclarar que el baño de la casa de la Berta es de esos baños
en los que una se quedaría charlando un rato con una amiga. Lleno de jazmines.
Amplio, anunciado desde fuera con un colador de fideos que hace de lámpara,
dejando sólo se filtre parte de la luz.
Así, Marcos,
la Berta y la Coca Sarli se mezclan en un profuso juego de identidades tan
místicas como la nona, que enojada, de vez en cuando incendia algo, para
recordarle a Marcos que aún está en la casa.
La casa es
visitada por amigos, amigos de amigos, excéntricos, chetos, relajados,
fanáticos, arribistas, soñadores, poetas, fotógrafos. La casa respira mientras
se va sabiendo lugar de culto y adoración.
La Berta se
propone como una opción tranquila, mágica, una visita a un amigo que adora cocinar
y es feliz conviviendo con sus alter egos.
-Mozo!- Grita
alguien desde el patio. Marcos demora el paso con deliberación, al tiempo que
trata de recordar quién de ese grupo hizo la reserva de la mesa. Para tacharlos
de la lista de invitados. La Berta sabe con certeza cuáles son sus límites de
tolerancia, y con claridad, ese es el tipo de
gente que no califica para la experiencia berteana. Cuando llegue a la mesa
mirará con franca ironía a quien lo llamara y si bien atenderá sus
requerimientos, se dará el lujo de mirar de soslayo con una buena cara de culo,
orgulloso de poder hacerlo y lleno de venganza sobre esos pobres mortales que
nada entienden de la vida, ni de lo que la Berta es. Es que en Dijo la Berta no hay mozos, porque allí todos disfrutan al
mismo tiempo y de la misma manera.
Hay noches
profusas en que los escritores se reúnen a hablar sobre literatura erótica,
mientras, corren las copas de vino y cerveza, entre tapas, papas al horno con
romero y mayonesa casera. Las miradas se cruzan, la sensualidad sobrevuela el
patio, mientras, algunos relatos dejan expuesta explícitamente la sexualidad y
otros la sugieren. La Berta ríe contenta, sabedora de que ha creado un mundo
mágico en medio de una sociedad pacata. Ha recreado un rincón donde las personas
valen por su sensibilidad, sus afectos. La puerta se abre y uno entra a este
mundo calmo y detenido, donde la vida se va en la charla, las risas y la marquius de chocolate, que en sintonía con la
literatura erótica genera orgasmos múltiples a quien se aventure a probarla.
Hace tiempo la
nona no hace de las suyas, pero silenciosa observa la escena. Se sonríe. Sabe
que, aunque no sea muy afable a las visitas, Marcos ha convertido su casa en un
lugar maravilloso y encantador, donde el mundo, al menos por unas horas, se
abre como refugio a los detractores de la Aristides y los bares chetos.
Así, con el
patio lleno de jazmines dulzones, con el aroma tibio a pan de romero, que se
enfría en la ventana de la cocina que da a mi mesa, me quedo pensando. La vida
es esto finalmente, instantes en que todo se detiene. Y uno respira, respira
pequeños instantes mágicos en que la sonrisa se te escapa de la boca y se
convierte en risa. Cierro los ojos tres segundos y suspiro, al tiempo registro
el instante que se escapa, acaso no vuelva, o se quede para siempre. Las
velitas devuelven un rostro que también sonríe. Acaso la felicidad es esto,
instantes. Y luego la vida entera, para recordar los momentos en que uno
alcanza, en puntitas de pie, la felicidad.
Y la Berta
viene con cara de seriedad y una ceja levantada, trae preguntas impertinentes,
inoportunas, que impunes sólo ella puede hacer, desafiando a los invitados, que
anonadados no saben si reir o contestar.
Marcos, la Sarli y la Pepita observan sonrientes. La Berta sigue
teniendo sentido.