Entonces el tiempo muerto se me
asemejaba a un cúmulo de tiempo que se iba entre los dedos como la arena.
En los primeros tiempos supe diseñar
estrategias para combatirlo, ideaba planes, construía torres con mis sueños,
inventaba trabajo para ocuparme y ser productiva, me exigía para suplir la
falta de exigencia.
Pero al final de la jornada, cuando me amigaba
con la almohada y caía rendida, el tiempo muerto seguía ahí, se había tragado horas
enteras de mi día. Entonces me torturaba con el uso del tiempo en el trabajo, y
me preguntaba por el país que tenemos, basado en instituciones que se comen el
tiempo de sus empleados sin generar nada más que tiempo vacío; que se vende
hacia afuera como pies que se arrastran por el exceso de trabajo.
Cientos de veces escuché decir "es que tengo mucho
trabajo" a personas que pasaban sus horas matando minutos con miradas subversivas
al reloj, que callado no cambiaba el ritmo de su paso, pero se lentificaba
subjetivamente.