martes, 27 de septiembre de 2011

La Biblioteca Nacional

Natalia Millán



Poco más allá de Agüero y Las Heras se recorta su figura discordante, el edificio se dibuja en el horizonte salido de otros tiempos, otros mundos. 
La veintena escucha atenta la voz melodiosa y burlona que con cierto sarcasmo va llevando la charla. Ríen, lloran, se inquietan con cada relato narrado.

La luz blanca iluminando las mesas nos reúne a todos en la discusión del día. Algunos argumentan, escuchan, otros sólo son capaces de mirarse a sí mismos.
Rulfo pasa corriendo en un páramo desolado, al tiempo que Onetti sigue atornillado y muerto de miedo en Florida, esperando a una María Eugenia que acaso nunca llegue.
Como venidos del río los personajes porteños se agolpan en la sala, fantasmales, traídos por los recuerdos de los barrios del sur de Buenos Aires. Clandestinos, subterráneos.

La ciudad deja los subsuelos y viene un rato arriba a contarnos sus historias para que las narremos.
Ha terminado la clase. Cada uno se sume en su vida cotidiana y nos vamos dispersando.
Los lunes se han convertido en un día plagado de magia, dónde las letras fluyen en encuentros detenidos en el tiempo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Lemonchelo

Natalia Millán

Después de la valija traté de describir ese bote que vi mientras atardecía hoy en el parque, el doloroso modo en que cortaba el agua, lastimándola, cual hoja que corta la yema del índice, y duele tres segundos después. Pero esta noche me ha ganado una descripción más meditabunda y perfumada.
Recuerdo los limones de julio, amarillos, porosos, hediondos de un modo hermoso y penetrante. Entrar al departamento era una señal en esos días. Los limones acusadores marcaban el paso del tiempo, avisaban de su madurez extrema.
Minutos antes de la podredumbre arremangué el pullover y pelé uno a uno los limones vergonzosos. El detalle estaba en separar con sutileza de cirujano la cáscara de la piel blanca. Esa blancura presume una amargura que recuerda luego a la hiel, y no me está permitido que se albergue en esta construcción.
Los dedos se llenan de un aceite viscoso, que delata mis manos olerán a limón unos cuantos días. El hecho de que los limones te pertenezcan hará que estos litros, y su proceso de construcción, me enraícen a vos. Presumo que, en adelante, cuando huelas tu botella, estaré yo en ella. Sin saberlo.
La cáscara de doce limones me observa imperturbable desde tres botellas. Reposan en el fondo suaves, mientras el alcohol les va quitando la vida y sus esencias. Y acá, dueña de lo que escribo abuso de este poder que me adjudican mis palabras y hago un paréntesis. La construcción de este lemonchelo no sólo implica a los limones. Otra parte yace oculta en los sábados por la mañana. Los perfumes del mercado central, la selección de las chauchas de vainilla jugosas, los clavos de olor, la canela en rama.
Luego vendrán los litros de alcohol y el asombro de la señora de la farmacia, que no puede entender que quiera tres litros.
Y ahí, un mes largo, silencioso, en un rincón del estante, tres las botellas. Resignadas a perder su transparencia, para asumir un amarillo tímido que asomó en los primeros días y luego fue marcando su existencia con crueldad. Por entonces la guerra se daba cada día entre el amesetamiento de los elementos y yo, que furiosa zamarreaba las botellas para que la canela, la chaucha, los clavos y las cáscaras fueran mutando en esta esencia.
Tras los temblores más difíciles que los cuerpos pueden resistir ha llegado el filtrado; el de las esencias y el mío. Porque aunque yo sea ajena a la botella, ella es parte mía inseparable, mi construcción y proceso.
Luego vinieron los almíbares. Quién diría que la miel se hacía mientras se construía mi amargura. Después la gitana que llevo dentro sacó un fuentón verde donde el alcohol, convertido es sutileza, se transformó con el dulzor, en secreto gritado a voces.
A la izquierda de mi mano yace la prueba, y mes y medio después, tus limones, el lemonchelo y yo vamos sabiendo que hemos cambiado, que este proceso del que hoy vos sos tan parte como yo, hará que cada botella, cuando sea destapada nos contenga un poco a los dos.
Entonces, como la valija, el lemonchelo testigo mirará desde el estante.