sábado, 12 de febrero de 2011

El lugar exacto de los malvones


Natalia Millán
En el imaginario de mis prejuicios los malvones ocuparon siempre un lugar determinado. Eran la viva imagen de la abuela Clara. Recuerdo  de la esquina que ocupaba su casa. El cemento que encerraba su jardín florido, los vahos a malvón en las siestas sudorosas. Entonces el malvón era para mí una flor de viejos, en la exacta medida en que los claveles lo son para cementerio.
Recuerdo su azucarera, sus regaños, los olores de su casa, las flores y tonalidades de sus vestidos, el teléfono en el living, la máquina de coser, la bicicleta del René estacionada en el garaje con su lámpara y bocina. Y los malvones, siempre los malvones como un marco para  un montón de recuerdos que tienen que ver con ellos.
Puedo establecer calificativos para mis recuerdos perfumados en los veranos alvearenses. Aparece frente a la casa de la abuela el supermercado, las vecinas con columpios, pileta y plata; aunque con los años supe que sólo era ostentación vaga de algo que no tenían. Asoman también en la imagen unas semillas negras, de otras flores de la abuela, que oscuras y chiquitas asemejaban granadas explosivas sin estallar. Todo esto como evocación centelleante se me vino en mente cuando vi un jardín lleno de malvones hace un mes.
Es entonces que en las dos últimas semanas me descubro con un secreto perturbador, juego con los recuerdos y me pregunto el valor de la memoria en la vida cotidiana. No sé si son los años que me hacen revalorar los malvones, pero me descubro pensando en visitar un vivero cercano en busca de las flores del recuerdo. Pienso en comprarlas de todos colores, que me conviertan esta primavera de balcón en un balcón soñado y lleno de recuerdos y futuro. Se trata de encontrarme yo con un futuro, supongo.
Lo genial es que no me genera trastorno alguno admitir que mi negación con los malvones se ha convertido en una tremenda necesidad de ellos, de ver sus colores llenándolo todo. Y yo ahí, pensando en si será que estoy vieja, si los años nos acercan a silenciosos rastros sanguíneos que heredamos sin ser consientes de ello. También me pregunto si en ese repetir elementos del pasado podemos elegir el propio futuro y si ya está asignado por un duende maligno. Me cago en el duende, mi futuro lo elijo yo, aunque lo decida él lleno de malvones.

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